Despertar

martes, 31 de julio de 2012




Una luz, pequeño parpadeo
Rasga las sombras, leve aleteo
Un cielo borrascoso, un manto gris
Y un corazón débil comienza a latir

Dulce dolor en un alma herida
Joven que aguarda por siempre dormida
«Abre los ojos, mi bella princesa.
Abre los ojos y, por favor, regresa».

Las heridas sanan, las cicatrices permanecen
Recuerdan el pasado, marcan el presente
Alma rota, alma perdida.
Despierta de tu sueño, vuelve a la vida.

Un haz de luz, radiante fulgor
Desgarra la oscuridad, un nuevo sol
Un claro azul, nubes que emblanquecen
Un corazón salvaje late vigorosamente

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Rutina

miércoles, 18 de julio de 2012

Música recomendada: Howl´s moving castle. 



                Aunque nadie me crea jamás, él no sabía tocar el piano. Se limitaba a imitar mis movimientos y, aun así, le salía hasta mejor que a mí, que estuve sufriendo mis clases de solfeo durante años. En verdad, era bastante desquiciante que supiera hacer bien todo lo que se propusiera. Pero, como a todo, terminabas acostumbrándote y dejando que las cosas, simplemente, fueran. Como si existiéramos sólo como simples gotas en la corriente de un potente río. No se puede luchar contra el caudal entero.
                Tras mucho insistir, al fin conseguí tener mi propio piano en casa, uno pequeñito encajado en la pared, pero era suficiente. Tuvimos que llenarlo con toallas para amortiguar el sonido y no molestar a los vecinos, pero yo escuchaba la música igual. Así las horas en soledad eran mucho más llevaderas. A veces me sorprendía alzar la cabeza y descubrir que, tan silenciosamente como solía irse, ya había regresado y me miraba apoyado contra la pared. En alguna ocasión hasta le vi sonreír. Después, la mayor parte de las veces, le dejaba un hueco. El arrugaba la nariz, pero siempre terminaba cediendo y sentándose a mi lado. Unas para mirar como terminaba la pieza; otras para unirse a mí en los acompañamientos. Al final, se convirtió en costumbre, y en nuestro particular ritual de cada tarde.
                Hay que ver cómo cambian las cosas. Hace años, situaciones como ésta me habrían parecido tan excepcionales que las hubiera tenido que apuntar para que no se me olvidaran. Ahora ya se han vuelto rutina, pero siguen siendo tan mágicas como al principio.
                Después, cenamos tranquilos. Yo madrugo por las mañanas, él desaparece casi todas las noches. Nos cuesta compaginarnos, pero eso nos hace apreciar mucho nuestros momentos en mutua compañía. A veces le convenzo para que vayamos al cine. Otras, consigo arrastrarle hasta un restaurante. Generalmente parece un gato enfurruñado, hasta que se acostumbra a no sentirse amenazado. Siempre somos cautelosos, y sé que está alerta en todo momento, pero al fin parece relajarse aunque sea durante un par de horas, hasta que nos toca volver a cada uno a nuestra realidad particular.
                Sé que es una peculiar relación, tanto como nuestra rutina. Sin embargo, a pesar de todo lo que nos cuesta vivir así, no hubiera podido ser de otra manera. Es nuestra forma de vida, y la forjamos entre los dos. Con el tiempo, se convirtió en la única, y con la que los dos somos felices. 

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Duelo en la noche

miércoles, 11 de julio de 2012

Música recomendada: Euphoria, de Loorem.





Me despierto en mitad de la noche. Cuando alguien me tapa la boca con la mano y evita que grite del susto. Respiro entrecortadamente y alzo la mirada. Una mata de pelo rojo enmarca el rostro de Chuwi que me pone un dedo en los labios.
– Chuwi… – murmuro bajito cuando al fin quita su mano de mi boca.
Él me hace un gesto con la mano, hacia la puerta. Con la poca luz que entra a través de la ventana, porque se me ha vuelto a olvidar echar las persianas, veo que me señala a la puerta.
– ¿Qué es lo que pasa? – pregunto mientras me termino de levantar y tanto en busca de la bata.
Entonces veo a Chuwi que niega con la cabeza.
– Vamos a salir, mejor ponte esto – me dice él, al tiempo que me arroja la chaqueta de nieve.
– ¿Para qué? – pregunto.
– Es una sorpresa – me dice sonriendo.
¿Una sorpresa? Ni siquiera sé por qué le sigo. Pero es lo que termino haciendo. Creo que es porque me acabo de despertar y mi cerebro aún no está lo suficientemente espabilado como para cuestionar órdenes tan raras.
– Venga, vamos – me apremia mientras consigo encontrar mis botas y me las pongo tan ancha encima del pijama.
Total, estaba durmiendo con los calcetines.
Bajamos las escaleras poco a poco y salimos de la casa tratando de hacer el más mínimo ruido. Ha vuelo a nevar, así que no se me pasan por alto que ya hay dos pares de pisadas abandonando la casa. Somos cuatro personas en la finca, y dos estamos juntas en este momento. Sólo pueden ser de Avalon y Raven…
– Chuwi, ¿adónde me estás llevando? – insisto.
– Ya verás – vuelve a evadirme.
Resignada, e intuyendo que me estoy metiendo donde no me llaman, sigo al pequeño pelirrojo. Espero no meterme en demasiados problemas…
Caminamos por la nieve que, por suerte, no está demasiado alta. Con el pijama metido por dentro de las botas, todavía no me he mojado, pero siento el fresquito en las piernas.
A lo lejos, una llamarada de fuego cruza el cielo y yo me quedo varada en la nieve observando brevemente cómo esta va desapareciendo poco a poco. No he podido ver su origen, porque me lo tapa una acumulación de piedras que rodean el lecho del lago helado. Justo después sé que hay una pendiente que termina en la orilla misma del lago. No ha podido ser otra persona más que Avalon. Porque por un segundo juraría que la llamarada tenía forma de dragón.
– ¿Pero qué…? – empiezo, y veo que Chuwi está haciéndome un gesto con la mano para que, un par de metros más abajo, me coloque junto a el entre unas piedras.
Despacio, sabiendo que la curiosidad ha podido conmigo, llego hasta donde el chico me espera. Entonces, observo a través de los matorrales. Al primer vistazo, ya sé por qué Chuwi quería que lo viera. Es un espectáculo digno de admiración.
– Dios… – murmuro.
– Es bonito, ¿verdad? – comenta él a mi lado.
– Sí, sí que lo es – admito completamente anonadada.
Abajo, al borde del río, hay dos personas luchando. Una de ellas, un varón de pelo negro (Raven), utiliza posiciones de kárate y, a pesar del frío, distingo que lleva el torso descubierto y… va descalza. La otra es una mujer pelirroja (Avalon, por supuesto), que viste con pantalones negros y tirantes. Blande una vara de madera en alto y bombardea a su oponente con poderosas ráfagas de fuego.
Ahora que lo pienso, con esas llamaradas llego a entender por qué van tan frescos.
Veo cómo Raven se vale de sus dones espaciales para devolverle las llamas a su dueña, que las vuelve a dominar sin apenas pestañear la mayor parte de las veces. Otras, se ve obligada a apartarse, por el fervor del contrataque.
– Es como si bailaran – se me escapa.
A mi lado, Chuwi asiente.
– En cierto modo, es lo que están haciendo, ¿no?
Ahora que lo dice, sí. Realmente es lo que están haciendo. Bailan, a su manera.
Sus movimientos son elegantes y calculados. Se observan, no se quitan ojo. Se miden en silencio, mientras recuperan el aliento, para atacar de nuevo con renovadas fuerzas. Están creando su propio lenguaje, como dos danzarines nocturnos que hablan sin palabras.
– Es precioso – repito.
Y totalmente fuera de mi alcance.
Sólo están entrenando. Sé por cómo se comportan que no luchan totalmente en serio. Hasta desde esta distancia estoy segura que sus rostros son relajados. Se están divirtiendo. Se están planteando el uno al otro un reto.
Algo que yo no voy a ser capaz de hacer. Juegan en otra liga.
Una llamarada con forma de fénix amenaza con achicharrar a Raven. Éste parpadea en el espacio y aparece justo en la espalda de Avalon. La sujeta con fuerza, tratando de desarmarla. Ella responde con una contrallave, que termina en un nuevo haz de llamas. Raven las esquiva contrayéndose de forma casi inhumana. Y yo… termino de reafirmar lo que ya pensaba.
Suspiro y me froto los ojos.
– Gracias por enseñármelo, Chuwi.
– De nada – contesta él, sin darse cuenta de mi súbito abatimiento.
Bueno, mejor.
Me levanto de nuestro escondrijo y me preparo para la retirada.
– ¿Te vas ya? – me pregunta extrañado.
– Sí, estoy cansada – miento con una sonrisa.
La verdad es que dudo que ahora pueda volver a dormirme.
– Buenas noches – le escucho decir.
– Buenas noches – contesto.
Y me alejo de nuevo hacia el chalet. Helada y con ganas de esconderme en mi nido de mantas. Donde quizá debería haberme quedado. 

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Escena eliminada: Un pedacito de sueño

lunes, 2 de julio de 2012

Música recomendada, The name of life, de "El viaje de Chihiro".





Me levanto sudorosa, con el grito contenido en la garganta. Pero no puedo contenerlo todo el tiempo que yo quiero, hasta extinguirse. Se escapa de mis labios mucho antes, impregnado en agonía y desesperación. Como si todavía estuviera bien empapado en los restos de la pesadilla.
No sé por qué me pasa. No sé por qué. Pero cada vez son peores. Me incorporo y miro el amuleto de Raven, que he dejado encima de la mesa para dormir. No me gusta dormir con nada al cuello. Hasta el reloj de Cyan y la moneda de Libra están ahí.
En ese momento, justo cuando tengo el amuleto entre los dedos, cuando consigo cogerlo, porque los dedos aún me tiemblan, es cuando la puerta se abre de par en par y entra Raven.
– ¡Argen…! – empieza, pero su voz se pierde poco a poco.
Suspira cuando me ve. Y, no sé por qué, pero yo tiemblo todavía más. El colgante se cae sobre la colcha. Yo me agarro las manos, tratando de que el temblor pare,  o que no se dé cuenta de que estoy tiritando.
– Raven – murmuro, pero me cuesta.
Tengo la garganta seca.
– ¿Estás bien? – me pregunta.
– Sí – digo yo, y trato de sonreír.
Pero veo por su gesto que no me ha salido muy bien.
– Mentirosa… – contesta.
Se acerca, se sienta al borde de la cama. Me coge una mano. El pulso me tiemble mucho más fuerte. Trato de apartarla, pero el me la sostiene aún más fuerte.
– Te quitaste el colgante para dormir – observa.
Yo agacho la cabeza.
– Sí – termino admitiendo.
– Serás tonta… – sigue él.
Suspira y me suelta la mano. Yo me abrazo los hombros, me encojo tratando de hacerme muy pequeñita.
Sé que lo hice mal, pero hoy ha sido sin querer. Otras veces también me pasa sin quit…
– ¿De verdad? – se adelanta entonces él.
Le miro confusa.
– ¿Te pasa también sin quitártelo? – insiste.
Yo asiento con la cabeza, muy despacio.
No dice nada, pero los dos sabemos en lo que está pensando. Ya es difícil que… no nos mimeticemos. Así que, por primera vez en mi vida, soy capaz de decir en alto lo que sabemos los dos:
– Se hace fuerte… – y entierro el rostro entre las rodillas, esperando recibir una reprimenda por haber recogido esa información sin querer.
De repente me siento culpable. En momentos de tensión, o de debilidad, a pesar del exhaustivo entrenamiento, aún no me controlo.
Pero no, el chaparrón no llega, sino otra cosa muy distinta. Siento sus manos sobre mis hombros, que me obligan a sacar la cabeza de mi refugio. Después, sus brazos me envuelven, y me acunan. Un abrazo.
– Lo siento… – murmura.
Su voz se nota muy triste. Pero a estas alturas ya no sé si es por su tono o porque mi mente está volviendo a tomar información sin mi permiso, información que no me pertenece y que no debería saber ni quiero conocer.
– No es tu culpa – contesto, igual de despacio y de bajito –. Casi nunca la tienes.
Espero que con eso llegue el fin del abrazo. Como suele suceder con él. Nada dura más de lo necesario. Y ya he dejado de temblar.
Despacio, giro la cabeza, esperando sentir de nuevo el frío en mi piel.
Pero es una noche con más de una sorpresa. Lo que veo son sus ojos violetas que me miran. Sí, que me miran. Y están muy cerca. Sonrío y me sonrojo. Las dos cosas a la vez.
Noto cómo retira los brazos, como esperaba. Suspiro, y aparto la mirada. Sin embargo, sus ojos no se apartan.
Entonces, su mano me sujeta la barbilla, me gira la cabeza suavemente...
Realmente no sé si su primera intención fue esa, o la de darme un beso en la frente. Admito que parte de la culpa de este desenlace la tengo yo. Y no me arrepiento. Quizá estoy actuando un poco egoístamente, lo admito. Pero él tampoco dice nada.
Por primera vez, o segunda (según como se mire) tomo las riendas. Suavemente, soy yo la que termino el movimiento.
En mi pecho estallan los fuegos artificiales.
A efectos prácticos, es nuestro primer beso. Al menos, el primero del que las dos partes somos plenamente conscientes. Sin alcohol, sin nada tras lo que ocultarse, sin excusas.
Por un segundo, sólo quiero fingir que… realmente siente algo por mí.
Y, aunque sólo es un beso, sólo son sus labios contra los míos, algo que ni siquiera es la primera vez que ocurre, me siento morir en ese momento, y volver a nacer al siguiente. Este momento sí que no pienso olvidarlo nunca.
Por lo que pueda pasar a la mañana siguiente. Como si se tratara de nuevo de un pequeño pedacito de sueño. 

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