Rutina
miércoles, 18 de julio de 2012
Música recomendada: Howl´s moving castle.
Aunque
nadie me crea jamás, él no sabía tocar el piano. Se limitaba a imitar mis
movimientos y, aun así, le salía hasta mejor que a mí, que estuve sufriendo mis
clases de solfeo durante años. En verdad, era bastante desquiciante que supiera
hacer bien todo lo que se propusiera. Pero, como a todo, terminabas acostumbrándote
y dejando que las cosas, simplemente, fueran. Como si existiéramos sólo como simples
gotas en la corriente de un potente río. No se puede luchar contra el caudal
entero.
Tras
mucho insistir, al fin conseguí tener mi propio piano en casa, uno pequeñito
encajado en la pared, pero era suficiente. Tuvimos que llenarlo con toallas
para amortiguar el sonido y no molestar a los vecinos, pero yo escuchaba la
música igual. Así las horas en soledad eran mucho más llevaderas. A veces me
sorprendía alzar la cabeza y descubrir que, tan silenciosamente como solía
irse, ya había regresado y me miraba apoyado contra la pared. En alguna ocasión
hasta le vi sonreír. Después, la mayor parte de las veces, le dejaba un hueco.
El arrugaba la nariz, pero siempre terminaba cediendo y sentándose a mi lado.
Unas para mirar como terminaba la pieza; otras para unirse a mí en los
acompañamientos. Al final, se convirtió en costumbre, y en nuestro particular
ritual de cada tarde.
Hay que
ver cómo cambian las cosas. Hace años, situaciones como ésta me habrían
parecido tan excepcionales que las hubiera tenido que apuntar para que no se me
olvidaran. Ahora ya se han vuelto rutina, pero siguen siendo tan mágicas como
al principio.
Después,
cenamos tranquilos. Yo madrugo por las mañanas, él desaparece casi todas las
noches. Nos cuesta compaginarnos, pero eso nos hace apreciar mucho nuestros
momentos en mutua compañía. A veces le convenzo para que vayamos al cine.
Otras, consigo arrastrarle hasta un restaurante. Generalmente parece un gato
enfurruñado, hasta que se acostumbra a no sentirse amenazado. Siempre somos
cautelosos, y sé que está alerta en todo momento, pero al fin parece relajarse
aunque sea durante un par de horas, hasta que nos toca volver a cada uno a
nuestra realidad particular.
Sé que
es una peculiar relación, tanto como nuestra rutina. Sin embargo, a pesar de
todo lo que nos cuesta vivir así, no hubiera podido ser de otra manera. Es
nuestra forma de vida, y la forjamos entre los dos. Con el tiempo, se convirtió
en la única, y con la que los dos somos felices.
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