La muerte de Halcón

sábado, 14 de abril de 2012


               OST recomendada: Orchard of Mines, de Globus. 


               Aquella noche llovió como nunca jamás había vuelto a hacer, como si el cielo quisiera llorar la pérdida que él mismo acababa de sufrir. Si cerraba los ojos, aún podía sentir el manto de agua helada caer sobre su cuerpo, entumeciendo sus músculos, limpiando la sangre de sus heridas, las cuales pronto terminaría de matarle. Pero, para su desgracia, no lo consiguieron. Algo se lo impidió, algo por lo cual se torturaría eternamente.
                A su lado, descansaba el cuerpo sin vida de su maestro. Sabía que estaba muerto, porque él mismo había presenciado cómo le arrebataban la vida, precisamente por salvarle a él. Y, aun así, él no iba a poder sobrevivir.
                Halcón había muerto por su culpa, Halcón se había sacrificado en vano. Todo por no estar listo, todo por ser descuidado, por no estar a la altura, por ser un completo inútil…
                Había fallado a todos, pero en especial a él.
                ¿Qué les diría ahora a los demás? No, no podría siquiera disculparse ante ellos. La muerte se lo llevaría antes.
                La vida se le escapaba segundo a segundo bajo esa imponente cortina de agua que lo iba adormeciendo más y más. No tenía fuerzas para levantarse, para volver a plantar cara. El enemigo era mucho más poderoso de lo que había aparentado a simple vista. Tampoco tenía fuerzas para escapar. Porque el enemigo seguía ahí, delante de él. No iba a permitírselo ni aunque aún tuviera la voluntad y el coraje para hacerlo.
                Se sentía derrotado.
                Escuchó cómo su oponente caminaba hasta donde aguardaba el cuerpo de Halcón y reía triunfal.
                – Ya no eres tan duro, ¿eh? ¡Ya no eres tan duro! Eso ha sido por el ojo que me robaste – le gritó al aire.
                Pero Blast sólo podía ver que estaba loco. Estaba hablándole a un muerto. Sólo su hermana podía hacer eso. Estaba hablando con un enemigo caído por el placer de tener la última palabra, por regodearse sobre su cadáver y contarle al mundo que había ganado.
                Era un ser despreciable. Ojalá él también hubiera muerto ya, sólo para no tener que escuchar sin poder hacer nada cómo faltaba al respeto a la memoria de su maestro.
                – El Halcón Sombrío, ¿eh? ¡El Halcón vencido diría yo! Al fin te he llenado de plomo. ¿A quién le sirven las triquiñuelas espaciales ahora, eh? ¡A quién! – y entonces estalló en una risa histérica y maquiavélica.
                Era lo que había estado esperando durante toda su existencia y ahora iba a exprimir el momento hasta dejarlo seco. Lo grabaría a fuego en su mente para poder saborearlo el resto de su vida.
                Se hacía llamar Scott, pero él sólo veía a un asesino que vendió su alma al diablo a cambio de poder, y así se le veía reflejado. Hacía mucho tiempo que había dejado de ser humano. Lo era incluso menos que ellos mismos. Su cuerpo así lo decía.
                En breves le tocaría a él. En cuanto se terminara de regodear sobre los restos de su maestro.
                Pero, para su sorpresa, acto seguido se dirigió a él.
                – En cuanto a ti, tengo algo mucho mejor reservado. Necesito un sujeto de pruebas para un experimento muy especial. Pero, ¿sabes qué es lo más divertido? Que no morirás. Vivirás y eso servirá para que mi pequeña venganza personal siga su curso. Lo siento por ti. ¿Y sabes qué es aún mejor que eso? Que no podrás decir que no. Porque, en tu caso, no es una petición.
                Fue entonces cuando le reveló su desalentador destino.

                «De ahora en adelante, obedecerás. De ahora en adelante, el Sistema será tu superior, tu jefe y señor. Será la única razón por la cual podrás seguir existiendo, por la cual podrás seguir adelante y por la cual vivirás.
                Si Ellos dicen que saltes, tú preguntarás desde dónde. Si te piden que corras, tú preguntarás durante cuánto. Si te piden que cantes, tú preguntarás qué canción.
                Y, si Ellos dicen que mates, tú preguntarás a quién.»
               
                Él no dijo nada, porque seguía sin fuerzas. Pero desde ese instante, supo que hubiera sido mejor la muerte.
                El hombre manipuló una pequeña pistola, muy diferente de la que había usado contra Taka. Disparaba dardos.
                – Mira el lado bueno – dijo mientras cerraba el cargador –, serás el primer Sujeto Zeus de todo el proyecto. Deberías de sentirte afortunado.
                No, el no se sentía afortunado en absoluto.
                «Perdonadme» pensó, a falta de fuerzas para murmurar. «Perdonadme, Ivy, Reisei, Raven… Perdonadme, por favor.»
                Y, al instante siguiente, sintió cómo la conciencia de su cuerpo le abandonaba. Debía de haberle disparado ya el dardo, pero ni siquiera había sentido el picotazo. No fue capaz de mantener los ojos abiertos. Ese fue el momento en el que Blast murió. Porque, desde esa noche, perdió el derecho de llevar ese nombre.

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