Música recomendada, The name of life, de "El viaje de Chihiro".
Me levanto sudorosa, con el
grito contenido en la garganta. Pero no puedo contenerlo todo el tiempo que yo
quiero, hasta extinguirse. Se escapa de mis labios mucho antes, impregnado en
agonía y desesperación. Como si todavía estuviera bien empapado en los restos
de la pesadilla.
No sé por qué me pasa. No sé
por qué. Pero cada vez son peores. Me incorporo y miro el amuleto de Raven, que
he dejado encima de la mesa para dormir. No me gusta dormir con nada al cuello.
Hasta el reloj de Cyan y la moneda de Libra están ahí.
En ese momento, justo cuando
tengo el amuleto entre los dedos, cuando consigo cogerlo, porque los dedos aún
me tiemblan, es cuando la puerta se abre de par en par y entra Raven.
– ¡Argen…! – empieza, pero su
voz se pierde poco a poco.
Suspira cuando me ve. Y, no sé
por qué, pero yo tiemblo todavía más. El colgante se cae sobre la colcha. Yo me
agarro las manos, tratando de que el temblor pare, o que no se dé cuenta de que estoy tiritando.
– Raven – murmuro, pero me
cuesta.
Tengo la garganta seca.
– ¿Estás bien? – me pregunta.
– Sí – digo yo, y trato de
sonreír.
Pero veo por su gesto que no me
ha salido muy bien.
– Mentirosa… – contesta.
Se acerca, se sienta al borde
de la cama. Me coge una mano. El pulso me tiemble mucho más fuerte. Trato de
apartarla, pero el me la sostiene aún más fuerte.
– Te quitaste el colgante para
dormir – observa.
Yo agacho la cabeza.
– Sí – termino admitiendo.
– Serás tonta… – sigue él.
Suspira y me suelta la mano. Yo
me abrazo los hombros, me encojo tratando de hacerme muy pequeñita.
Sé que lo hice mal, pero hoy ha
sido sin querer. Otras veces también me pasa sin quit…
– ¿De verdad? – se adelanta
entonces él.
Le miro confusa.
– ¿Te pasa también sin
quitártelo? – insiste.
Yo asiento con la cabeza, muy
despacio.
No dice nada, pero los dos
sabemos en lo que está pensando. Ya es difícil que… no nos mimeticemos. Así
que, por primera vez en mi vida, soy capaz de decir en alto lo que sabemos los
dos:
– Se hace fuerte… – y entierro
el rostro entre las rodillas, esperando recibir una reprimenda por haber
recogido esa información sin querer.
De repente me siento culpable.
En momentos de tensión, o de debilidad, a pesar del exhaustivo entrenamiento,
aún no me controlo.
Pero no, el chaparrón no llega,
sino otra cosa muy distinta. Siento sus manos sobre mis hombros, que me obligan
a sacar la cabeza de mi refugio. Después, sus brazos me envuelven, y me acunan.
Un abrazo.
– Lo siento… – murmura.
Su voz se nota muy triste. Pero
a estas alturas ya no sé si es por su tono o porque mi mente está volviendo a
tomar información sin mi permiso, información que no me pertenece y que no
debería saber ni quiero conocer.
– No es tu culpa – contesto,
igual de despacio y de bajito –. Casi nunca la tienes.
Espero que con eso llegue el
fin del abrazo. Como suele suceder con él. Nada dura más de lo necesario. Y ya
he dejado de temblar.
Despacio, giro la cabeza,
esperando sentir de nuevo el frío en mi piel.
Pero es una noche con más de
una sorpresa. Lo que veo son sus ojos violetas que me miran. Sí, que me miran.
Y están muy cerca. Sonrío y me sonrojo. Las dos cosas a la vez.
Noto cómo retira los brazos,
como esperaba. Suspiro, y aparto la mirada. Sin embargo, sus ojos no se
apartan.
Entonces, su mano me sujeta la
barbilla, me gira la cabeza suavemente...
Realmente no sé si su primera
intención fue esa, o la de darme un beso en la frente. Admito que parte de la
culpa de este desenlace la tengo yo. Y no me arrepiento. Quizá estoy actuando
un poco egoístamente, lo admito. Pero él tampoco dice nada.
Por primera vez, o segunda
(según como se mire) tomo las riendas. Suavemente, soy yo la que termino el
movimiento.
En mi pecho estallan los fuegos
artificiales.
A efectos prácticos, es nuestro
primer beso. Al menos, el primero del que las dos partes somos plenamente
conscientes. Sin alcohol, sin nada tras lo que ocultarse, sin excusas.
Por un segundo, sólo quiero
fingir que… realmente siente algo por mí.
Y, aunque sólo es un beso, sólo
son sus labios contra los míos, algo que ni siquiera es la primera vez que
ocurre, me siento morir en ese momento, y volver a nacer al siguiente. Este
momento sí que no pienso olvidarlo nunca.
Por lo que pueda pasar a la
mañana siguiente. Como si se tratara de nuevo de un pequeño pedacito de sueño.
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