La marcha de Avalon.
lunes, 27 de febrero de 2012
Dicen que las despedidas son dolorosas. Bueno, lo que de verdad es doloroso es
marcharse. Porque no me he despedido y, aun así, sigue doliendo. Pero tampoco
tenía muchas más alternativas. Es lo mejor para todos. Para Raven, para Ivy,
para Chuwi y… para mí.
Al
menos, eso quiero creer. No quiero pensar por un momento que lo que en verdad
estoy haciendo es… huir, huir ante una situación que me asusta. Pero igual sí
que es así.
De todas formas, ya no puedo dar marcha atrás. El autobús ya ha arrancado y no parará hasta que salgamos del Cuadrante...
De todas formas, ya no puedo dar marcha atrás. El autobús ya ha arrancado y no parará hasta que salgamos del Cuadrante...
Sí, ya
lo sé. Vaya excusa más mala, pero me voy a aferrar a ella con toda mi fe. Es lo
que quiero creerme porque, si pienso de otra forma aunque sea por un solo
instante, no seré capaz de continuar con esto, y realmente es lo que quiero
hacer.
Quiero
hacerme fuerte, quiero poder ser tan fuerte como ellos. Quedándome aquí,
arropada, dejando que ellos me protejan, dejando que ellos den la cara en mi
lugar, jamás sacaré esa fuerza que espero que exista en algún profundo rincón
de mi alma. Esa a la que tanto miedo tengo y que Reisei llama el Fuego del
Dragón. Sí, muy poético, muy hermoso, pero así es como ella lo ve. Es una
médium y todo es diferente a sus ojos. Puede ver el alma de los muertos, pero
también la de los vivos. Y a mí me describió así.
El
Fuego del Dragón. La parte que más miedo me da de mí. El fuego no es fácil de
controlar, no es un buen amigo en el que confiar. Bien es sabido que quien
juega con fuego al final se termina quemando. Casualidad que mi mayor poder,
aquel con el que puedo ser capaz de derrotar a mis enemigos, aquel con el que
verdaderamente puedo ser útil al grupo, aquel con el que puedo enfrentarme sin
temor al Sistema, a la Red, al Ojo y a todo aquel que quiera detenerme, sea
precisamente ese, el que más me podía aterrar.
Dominar
el agua es mucho más sencillo. La lluvia siempre me obedece. Pero sé lo
limitada que es esa faceta de mí, al igual que las otras dos: tierra y aire.
Puedo usarlas para defenderme, pero no creo que fuera capaz de dominarlas lo
suficiente como para hacer daño. Simplemente encuentro mi límite demasiado
rápido con ellas. Pero el fuego…
Suspiro,
resignada, mientras observo cómo empieza a llover. El cristal del autobús
empieza a llenarse de gotitas que resbalan poco a poco. Parecen lágrimas. A mi
lado, Chuwi alza el brazo derecho, dejando que sólo uno de sus dedos, el
índice, asome por la manga de la sudadera roja que le he comprado un par de
tallas más grande por su propia petición. Poco a poco, lo apoya en el cristal y
empieza a hacer dibujitos con el vaho que ya empieza a empañar las ventanillas.
Sonrío
al verle. Sé que no quería venir. Le he arrastrado conmigo sin piedad, pero es
que tampoco he tenido valor suficiente para dejarle solo. Sé que me necesita,
sé que le necesito. Es… lo único que me queda de mi vida anterior y, en
momentos como este, quiero apegarme a esos recuerdos, mucho anteriores a que la
vida se volviera complicada. Antes sólo tenía que preocuparme de cosas de niña
corriente. Ahora eso se acabó.
Desde
hace cinco años, nuestra vida jamás volvió a poder definirse como normal.
Ninguno de los dos lo somos ya. Lo curioso es que jamás lo fuimos, pero así lo
creímos. Eso es lo que nos permitió seguir siéndolo.
Cuando
la tía Ivy nos acogió, cuando se descubrió realmente lo que podíamos hacer,
cuando nos mostraron lo que ellos realmente podían hacer, cuando conocí a Raven…
Jamás
pude volver a verme a mí misma como Sally. Jamás.
Sigo
observando cómo Chuwi pinta en los cristales. Está dibujando un tigre. Como él.
En su dedo, que es lo único que se ve de su mano, se aprecia la peculiar
cicatriz, justo en el nacimiento de la uña, que ha dejado las garras que le
salen cuando se transformó por accidente hace un par de días sin estar del todo
listo. Perdió el control sin querer. Creo que ese suceso es lo que realmente me
ha hecho traerle conmigo.
Necesita
a alguien que le ayude y creo que en la ciudad, aunque mi tía sea perfectamente
capaz, no es buen lugar. Los tigres nunca han vivido en junglas de asfalto.
Necesita un lugar donde desarrollarse y crecer donde nadie le mire como a un
extraño. Es demasiado pequeño todavía…
En cuanto
termina de dibujar el tigre, lo borra. Pasa la mano, con la sudadera encima, y
limpia por completo todo lo que ha hecho.
Justo
en ese momento, un relámpago ilumina el exterior y, por un segundo, el que
tarda la ventana en volver a empañarse, observo algo que hace que se me ponga
la piel de gallina y sienta un escalofrío.
«Raven…»
Sí, sé
que era él.
Rápidamente,
me pego al cristal y limpio de nuevo el vaho. Agudizo la vista, intento ver a
lo lejos y…
Sí,
sabía que no me lo había imaginado. Ahí está. No podía ser nadie más que él.
Está
corriendo bajo la lluvia, por las azoteas. Lleva la gabardina negra de la cual
no se separa. Lleva las gafas que su aprendiz ha diseñado para él. Lleva el
arnés y el cable, para saltar entre éstas y… el pañuelo que le regalé atado al
cuello. Lo veo claramente, es rojo. El único toque de color en toda su
indumentaria.
Suspiro
y noto cómo se me llenan los ojos de lágrimas.
«Lo
siento, lo siento.»
Lo
siento muchísimo. Ojalá hubiera tenido fuerzas para contártelo. Ojalá hubiera sido
más valiente, como tú.
Pero no
lo soy.
Me miro
las manos, estoy temblando.
«Lo
siento» repito mientras veo cómo a Raven se le acaba el camino por el que
correr. Estamos saliendo de la ciudad, del cuadrante, hacia un lugar donde él
no puede seguirme.
«Lo siento» digo una vez más,
quizá esperando, o anhelando, que él recoja ese pensamiento, que le llegue.
Raven
se queda parado en el borde del último edificio. Sé que me está mirando. Sé que
está decepcionado, triste, irritado. Sé que ahora mismo me odia. Sé que, desde
este mismo instante, nuestra relación jamás será la misma.
Rompo
a llorar de la forma más silenciosa que sé. Por suerte, Chuwi sigue centrado en
el cristal, ajeno a todo.Todavía está enfadado conmigo por haberle metido en el autobús, así que ni me mira ni me habla.
La silueta de Raven se pierde en la oscuridad mientras el autobús pasa el control y cruzamos los muros. Le pierdo de vista de forma definitiva.
Por lo
menos, he podido verle. Por última e indefinida vez, porque ni siquiera sé
cuándo quiero regresar. De momento esto es sólo una partida, y no sabré la fecha
de mi regreso hasta que éste ocurra.
Cuando vuelva,
seré fuerte. Como tú.
Es mi
pequeña promesa. Y la cumpliré, ya lo creo que sí.
Mientras
tanto, te echaré de menos. No sabes cuánto.
«Hasta siempre, Raven.»