PRÓLOGO: La sombra del Cuervo.

lunes, 23 de enero de 2012

Para Leroy, por su empujoncito.




    La sombra se deslizaba rauda entre la oscuridad de la noche. Detrás, los agentes del Sistema le pisaban los talones. Se estaba quedando sin espacio para escapar y eso les alentaba a correr más rápido tras el infiltrado. Era veloz y listo. Había burlado todos los controles. Se había colado de lleno en las instalaciones, y ahora sabía demasiado.
    La luz de los focos alumbró de pleno al fugitivo, quien apenas se inmutó. Estaba plantado en medio de la azotea, esperándoles. Desafiante. Su rostro quedaba oculto por una extraña máscara de rasgos esquemáticos y sus ropas, negras, ondeaban por el viento creciente de los helicópteros que se acercaban para ayudar cazar a ese molesto topo.
    Los soldados comenzaron a rodearle mientras, desde arriba y haciéndose oír por encima del ruido de las hélices, trataban, en vano, de ordenarle que se rindiera.
    Contra todo pronóstico, el enmascarado comenzó a alzar las manos poco a poco. Los agentes intercambiaron miradas cargadas de cautela en busca de órdenes a las que aferrarse. Parecía dispuesto a entregarse, pero no era bueno confiarse, no con alguien como él.
    Y no se equivocaban.
    Antes de que ninguno pudiera reaccionar, el extraño realizó un rápido movimiento que activó un cable grueso y resistente que iba propulsado con la suficiente fuerza como para que llegara a engancharse a una de las armas que trataban de usar en su contra. Con un simple tirón, uno de los agentes ya se había quedado desarmado.
    Como inevitable reacción, la lluvia de balas comenzó a inundar el lugar, pero, ante su sorpresa, el extraño ya no estaba ahí, sino que se hallaba encaramado al tubo de ventilación, de cuclillas, como si fuera un mero espectador. Desde ese ángulo, la boca de la careta parecía poseer una sonrisa burlona.
    – ¿Pero qué demonios…? – empezó uno de ellos, pero la pregunta quedó inconclusa.
    ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Cuándo se había movido? ¿En qué instante? ¿En qué segundo? Había sido más rápido que la vista. 
    El enmascarado se colocó un dedo en los labios, en gesto de silencio. Era como si se estuviera riendo de sus atacantes, como si supiera que, hicieran lo que hicieran, no iban a atraparle.
    A los agentes les faltó tiempo para abrir fuego contra el conducto. El extraño no tuvo más que saltar en el momento adecuado y hacer un par de teatrales cabriolas, mientras lanzaba el cable una vez más. De nuevo, consiguió enganchar el cañón del arma de otro de ellos, que, del tirón, terminó volviéndose contra sus compañeros, descargando los proyectiles en la dirección errónea.
    Se sucedieron las primeras bajas, y fueron provocadas por fuego amigo. El enmascarado no se había molestado en sacar un arma, y aún así estaba venciéndolos con una facilidad insultante.
    Era escurridizo como el aceite e impredecible y traicionero como el sol de invierno. Se contorsionaba y flexionaba sin dificultad. Se retorcía como una serpiente. Siempre parecía adelantarse a los movimientos de sus oponentes, como si supiera lo que venía a continuación antes de que tuviera lugar.
    ¿Contra quién, o qué, se estaban enfrentando? No se atrevían a buscar posibles hipótesis. Eran demasiado difíciles de imaginar.
Entonces, sin dejar margen para un nuevo intento de ataque, el desconocido hizo un burlón gesto de despedida y huyó de la luz de los focos. Se estaba escabullendo hacia el borde del edificio, donde le aguardaba una prominente caída. Se estaba metiendo él solo en un callejón sin salida.
    Le siguieron, pero la zona estaba oscura y los pocos que aún se mantenían en pie quedaron medio ciegos por el contraste de luminosidad. Durante unos instantes cruciales, le perdieron de vista.
    – ¡Va por allí!
    Y la punta de la gabardina se perdió a la vuelta de la caseta del ascensor.
    Se agolparon todos en torno a ella, como hormigas en un caramelo. La rodearon, bloqueando las pocas vías de escape que podían quedar  y…
    Media docena de hombres armados se observaron unos a otros en completo silencio. Al fin, uno de ellos, de los más jóvenes, se atrevió a decir aquello que todos estaban pensando:
    – ¿Dónde está?
    Ésa era la pregunta, porque allí no había nadie.
    Los helicópteros alumbraron la zona, revelando lo ya evidente. Entonces, otro de ellos descubrió la última pista que iban a tener del individuo. No le iban a volver a ver jamás.
    El mismo que había sido capaz de murmurar la pregunta tabú fue el que recogió la prueba. Era una carta de póker, un as de picas. En el reverso llevaba dibujado el diseño de una característica pluma negra.
    Su firma, su despedida, su sello y su silenciosa amenaza.
    – El Cuervo… – dijo reconociendo el símbolo.
    – No puede ser. Eso es una leyenda urbana… Se lo inventaron entre cuatro monos – negó enérgicamente uno de sus compañeros, como si tratara de convencerse a sí mismo.
    El hombre alzó la carta, que quedó iluminada por la luz de los focos.
    – Al parecer, no todo era leyenda.

2 comentarios:

Leroy 26 de enero de 2012, 21:04  

Es el comienzo verdad? A esto si llegue jeje Ya me leí un buen cacho

Libélula 26 de enero de 2012, 21:22  

Sí, es el principio, princpio ^^. Me alegro de que te suene XD. ¿Qué te parecen los cambios de perspectiva? Mójate anda :P.

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