La sirena y el mar

miércoles, 25 de enero de 2012

Esta es la primera parte de una pequeña escena que lleva tiempo dándome vueltas por la cabeza. Esta parte es más poética que la segunda, y no se aprecia del todo de qué va el asunto. 
Para empezar, quiero aclarar que Raven es una novela de ciencia ficción. Por tanto, hay cosas que hay que interpretarlas bajo el hecho de que estamos en un mundo ligeramente futurista, un poquito cyber-punk. Todos los personajes principales tienen pequeñas habilidades "especiales", y un precio a pagar por ellas.
Espero que os guste y que, si se queda un poco en la incertidumbre, se aclare con la siguiente entrada, que la pondré tan pronto como la termine. 
Se recomienda escuchar con la canción "I talk to the rain" (la primera del reproductor). 


     Se llamaba Melissa y nació muda. No era nada personal, sólo una de esas cosas que suceden. Sin embargo, no por eso dejó de perseguir sus sueños. Ella quería cantar. Imposible para una chica de su condición, pero ella no se rindió.
    Las personas de su entorno cercano trataron de hacerle ver que era una causa perdida, pero eso no consiguió que su pasión menguara, sino que se hizo más fuerte. Hizo del violín su voz y llanto y, con cada roce del arco en las cuerdas, se hacía su música y su canción, una a la que no le hacían falta palabras para traspasar las barreras del alma. Ese era su don.
    Entonces le conoció a él, a su maestro en la sombra. Una araña de la Red que juró protegerla y que la ayudaría a defenderse por sí misma. Él le enseñó el auténtico poder de su voz, pero sería una que nadie jamás podría escuchar. Tendría que ser su eterno secreto. Porque si la descubrían, se acabaría la música, se acabarían sus sueños y se acabaría el cantar. Y, temerosa de que eso pudiera ocurrir, guardó el secreto, como él le había pedido.
    Así que empezó a cantar cuando no había nadie. De todas formas, tampoco nadie apreciaría esa melodía, tan suya e imperceptible para todos aquellos que no sabían escuchar de otra forma que no fuera con los oídos. Para poder hacerlo había que aprender a prestar atención de otra manera. Así que, para todo el mundo, ella seguiría siendo una sirena muda, y una joven promesa del violín.
    Hasta que apareció él, la segunda persona en su vida que fue consciente de lo que ella podía hacer.
    Su nombre era Keanu, y significaba “Mar”. Era de ascendencia hawaiana y había llegado al cuadrante K-83 con una maleta cargada de sueños, una vieja guitarra a cuestas y poco dinero en los bolsillos. Entró por equivocación al salón donde normalmente ella ensayaba y, desde el primer instante, desde que puso el primer pie en esa estancia, supo que ella era especial, exactamente de la misma forma en que él también lo era.
    Mientras el maestro la enseñaba, el mar la escuchaba. Y la sirena dejó de sentirse muda, al fin podía cantar, aunque fuera sólo para un público tan limitado. A ella le bastaba. Hasta que un día se dio cuenta de que algo había cambiado entre ambos. 
    Y así la sirena se enamoró del mar.  


    Y todo fue bien, hasta que, un día, los temores de la sirena se hicieron realidad. 
    Habían venido a buscarla. 

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PRÓLOGO: La sombra del Cuervo.

lunes, 23 de enero de 2012

Para Leroy, por su empujoncito.




    La sombra se deslizaba rauda entre la oscuridad de la noche. Detrás, los agentes del Sistema le pisaban los talones. Se estaba quedando sin espacio para escapar y eso les alentaba a correr más rápido tras el infiltrado. Era veloz y listo. Había burlado todos los controles. Se había colado de lleno en las instalaciones, y ahora sabía demasiado.
    La luz de los focos alumbró de pleno al fugitivo, quien apenas se inmutó. Estaba plantado en medio de la azotea, esperándoles. Desafiante. Su rostro quedaba oculto por una extraña máscara de rasgos esquemáticos y sus ropas, negras, ondeaban por el viento creciente de los helicópteros que se acercaban para ayudar cazar a ese molesto topo.
    Los soldados comenzaron a rodearle mientras, desde arriba y haciéndose oír por encima del ruido de las hélices, trataban, en vano, de ordenarle que se rindiera.
    Contra todo pronóstico, el enmascarado comenzó a alzar las manos poco a poco. Los agentes intercambiaron miradas cargadas de cautela en busca de órdenes a las que aferrarse. Parecía dispuesto a entregarse, pero no era bueno confiarse, no con alguien como él.
    Y no se equivocaban.
    Antes de que ninguno pudiera reaccionar, el extraño realizó un rápido movimiento que activó un cable grueso y resistente que iba propulsado con la suficiente fuerza como para que llegara a engancharse a una de las armas que trataban de usar en su contra. Con un simple tirón, uno de los agentes ya se había quedado desarmado.
    Como inevitable reacción, la lluvia de balas comenzó a inundar el lugar, pero, ante su sorpresa, el extraño ya no estaba ahí, sino que se hallaba encaramado al tubo de ventilación, de cuclillas, como si fuera un mero espectador. Desde ese ángulo, la boca de la careta parecía poseer una sonrisa burlona.
    – ¿Pero qué demonios…? – empezó uno de ellos, pero la pregunta quedó inconclusa.
    ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Cuándo se había movido? ¿En qué instante? ¿En qué segundo? Había sido más rápido que la vista. 
    El enmascarado se colocó un dedo en los labios, en gesto de silencio. Era como si se estuviera riendo de sus atacantes, como si supiera que, hicieran lo que hicieran, no iban a atraparle.
    A los agentes les faltó tiempo para abrir fuego contra el conducto. El extraño no tuvo más que saltar en el momento adecuado y hacer un par de teatrales cabriolas, mientras lanzaba el cable una vez más. De nuevo, consiguió enganchar el cañón del arma de otro de ellos, que, del tirón, terminó volviéndose contra sus compañeros, descargando los proyectiles en la dirección errónea.
    Se sucedieron las primeras bajas, y fueron provocadas por fuego amigo. El enmascarado no se había molestado en sacar un arma, y aún así estaba venciéndolos con una facilidad insultante.
    Era escurridizo como el aceite e impredecible y traicionero como el sol de invierno. Se contorsionaba y flexionaba sin dificultad. Se retorcía como una serpiente. Siempre parecía adelantarse a los movimientos de sus oponentes, como si supiera lo que venía a continuación antes de que tuviera lugar.
    ¿Contra quién, o qué, se estaban enfrentando? No se atrevían a buscar posibles hipótesis. Eran demasiado difíciles de imaginar.
Entonces, sin dejar margen para un nuevo intento de ataque, el desconocido hizo un burlón gesto de despedida y huyó de la luz de los focos. Se estaba escabullendo hacia el borde del edificio, donde le aguardaba una prominente caída. Se estaba metiendo él solo en un callejón sin salida.
    Le siguieron, pero la zona estaba oscura y los pocos que aún se mantenían en pie quedaron medio ciegos por el contraste de luminosidad. Durante unos instantes cruciales, le perdieron de vista.
    – ¡Va por allí!
    Y la punta de la gabardina se perdió a la vuelta de la caseta del ascensor.
    Se agolparon todos en torno a ella, como hormigas en un caramelo. La rodearon, bloqueando las pocas vías de escape que podían quedar  y…
    Media docena de hombres armados se observaron unos a otros en completo silencio. Al fin, uno de ellos, de los más jóvenes, se atrevió a decir aquello que todos estaban pensando:
    – ¿Dónde está?
    Ésa era la pregunta, porque allí no había nadie.
    Los helicópteros alumbraron la zona, revelando lo ya evidente. Entonces, otro de ellos descubrió la última pista que iban a tener del individuo. No le iban a volver a ver jamás.
    El mismo que había sido capaz de murmurar la pregunta tabú fue el que recogió la prueba. Era una carta de póker, un as de picas. En el reverso llevaba dibujado el diseño de una característica pluma negra.
    Su firma, su despedida, su sello y su silenciosa amenaza.
    – El Cuervo… – dijo reconociendo el símbolo.
    – No puede ser. Eso es una leyenda urbana… Se lo inventaron entre cuatro monos – negó enérgicamente uno de sus compañeros, como si tratara de convencerse a sí mismo.
    El hombre alzó la carta, que quedó iluminada por la luz de los focos.
    – Al parecer, no todo era leyenda.

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La leyenda del Cuervo

domingo, 22 de enero de 2012

Música recomendada: Diem ex dei, de Inmmediate Music




   Empezó siendo un rumor. Un día alguien dijo que le había visto y fue tomado por loco. Se hubiera quedado ahí la historia si más personas no hubieran empezado a decir lo mismo. Así, la semilla del rumor germinó, y todo se cubrió de un velo de sombras. A partir de ese momento, nadie supo jamás en qué momento terminaba el hombre y en cuál comenzaba la leyenda.
    Se decía que se paseaba por la ciudad, como un susurro, siempre al abrigo de la noche. Algunos afirman que consiguieron sacarle una foto, pero sólo se aprecian borrones deformes e inconsistentes. Pocas veces interviene, pocas veces deja de ser sombra para convertirse en hecho. Todos piensan que es porque prefiere seguir siendo un misterio, los que creen en su existencia, claro está. De todas formas, aunque hubieran querido sacarle de su escondrijo, jamás lo hubieran conseguido.
    De hecho, nadie ha sido capaz de verle el rostro. Se le describe siempre con una máscara, una máscara blanca con sonrisa burlona. Dicen que es capaz de atemorizar al valiente y de desquiciar al más calmado. Cuentan que se desliza por las azoteas de forma tan ágil como si tuviera alas. Dicen que desaparece sistemáticamente tras su intervención, como si nunca hubiera estado allí. ¿Y entonces cómo saben que no ha sido un sueño, una alucinación, que realmente lo han visto? Porque siempre deja un testigo y una prueba, dos elementos que dan aliento a su historia, que la refuerzan y, en cierto modo, ayudan a las personas de a pie a pensar que existe un mañana.
    ¿Y cuál es esa prueba? Una carta, un as de picas, un as de picas negro  con su característica pluma en el reverso, un diseño que nadie jamás había visto con anterioridad. Su sello, su despedida, su firma y su silenciosa presencia. Quien encuentra eso tras haber conseguido salvar la vida, lo guarda como un trofeo, como símbolo de esperanza y como tributo a su salvador. Aunque nadie tiene claro qué le hace intervenir en algunas reyertas y no en otras.
    ¿Justiciero enmascarado? Algunos se atreven a llamarlo así, pero no queda claro realmente si ese es el concepto adecuado. Su figura inspira misterio y cierto temor, como si todo él fuera un halo de oscuridad.
    Por eso mismo, inventaron un nombre con el que referirse a él, en honor a la pluma que siempre aparece en sus cartas. El Cuervo.
    Algún lunático ha llegado a decir que tiene alas negras. Pero seamos sinceros, por mucha leyenda que haya construida en torno a él, sigue siendo un hombre, un hombre que nadie se atreve a imaginar como hombre de a pie. Me pregunto cómo será cuando no está escondido en la noche.
    Llegados a este punto, se puede pensar que todo acerca del Cuervo puede haber sido inventado por una población que necesita creer en algo. Llegados a este punto, ya no se puede  distinguir en qué momento termina  el hombre y en cuál empieza la leyenda.
    Yo creo en ambos.
    ¿Que por qué? Porque una vez me salvó la vida.
    Y, desde entonces, no he sido capaz de olvidarle.

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¿Crees que eres capaz de atrapar a un fantasma?

miércoles, 18 de enero de 2012




    No tengo nombre, al menos no solo uno. Se me conoce de muchas maneras. Algunas son pronunciadas con terror, otras con rabia. Los periódicos y telediarios las tiñen de misterio y preocupación, mis enemigos las cargan de odio. Da igual cuál de mis nombres escojan, porque jamás podrán atraparme. No te equivoques, no soy ningún alma caritativa. El mundo no está hecho para ser un héroe.
     Soy un fugitivo en la mayor parte de mis identidades. En otras, un desaparecido. Las hay en las cuales estoy muerto y, otras, en las que nunca existí realmente. Por el día, paso desapercibido. ¿Quién en su sano juicio sospecharía del chico de los recados? Sí, ese ser patoso y nervioso con cara de idiota que tiene serias dificultades hasta para llevar una taza de café a su dueño sin montar un estropicio.
     Por la noche, busco respuestas. 
     En cierto modo, soy un Supermán clandestino y sin interés alguno en encontrar a Loise. 
     ¿Que por qué hago esto? Porque no tengo nada que perder y sí mucho que ganar. Porque ellos me arrebataron todo y ahora voy a quitárselo yo a ellos.
     Podéis llamarme Raven.

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La Sombra del Cuervo

«En cierto modo, soy un Supermán clandestino vestido de negro que no vende periódicos y sin interés alguno en encontrar a Loise

Herederos de la Sangre

«¿Sabes qué, Raven? Ya no vamos a seguir huyendo, ni a escondernos como ratas. Ha llegado nuestro momento. Es hora de reunir a la familia

Los lazos perdidos

«¿Que qué voy a hacer cuando, tras tantos años, de nuevo la tenga delante? No tengo la menor idea. Sólo estoy seguro de una cosa: busca venganza. Vendrá a por mí

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