Avalon entrena
viernes, 4 de enero de 2013
La imagen que he escogido en esta ocasión no se corresponde del todo con el trozo que viene a continuación pero me pareció muy descriptiva con el ambiente que quería describir.
La canción que he escogido es la siguiente: "The Truth -Audiomachine"
Salgo de casa, con las llaves colgadas
al cuello con un lazo y una pequeña riñonera donde guardo las gemas con alguna
cosilla más de interés. He cambiado la trenza por una coleta bien alta, para
que no me moleste en la cara y me he atado una sudadera en la cintura. Tras
asegurarme que estoy sola, empiezo a trotar hacia el lago. Primero es mejor
calentar un poco y hacer algo de ejercicio físico. Después ya podré empezar con
los “fuegos artificiales”, como Raven los ha llamado más de una vez. Pero hoy
no practicaré con el fuego, no. Es demasiado tentador vivir en una finca con
lago propio. Tengo ganas de saber hasta dónde puedo llegar sin gemas.
Así,
llego a la orilla del lado, por segunda vez en el mismo día. Me dedico a
terminar el calentamiento antes de ponerme a hacer locuras. Después, me
descalzo y, de la riñonera, saco un rotulador. Es waterproof y especial para escribir en la piel, así que, ni corta
ni perezosa, me pinto una runa en cada empeine. Repito la operación con las
muñecas. Me cuesta especialmente usar la mano izquierda pero, de tantas veces
que lo he hecho, lo consigo a la primera.
Guardo el rotulador, cojo una rama, ato
en ella con cuidado una de mis preciosas gemas, un zafiro. Me aseguro de que no
se va a soltar por mucho que la agite. Sólo entonces, me acerco a la orilla.
La primera ola moja mis pies descalzos,
me estremezco de pies a cabeza. Doy un paso, y noto las salpicaduras de la
segunda. Al cuarto paso, sólo noto las ondulaciones del agua bajo mis pies. Camino
por encima de ella, despacio, sintiendo lo fría que está, pero a su vez también
cómo se apacigua en función de mis deseos y, lo más importante, cómo en mi
interior esa fuerza que tanto echaba de menos empieza a latir suavemente. Es lo
que mi tía llamaba el “corazón del dragón”. Así como el centro del poder mental
de Raven se manifiesta en sus ojos, el
de Libélula en su mente y el de Libra en sus propias manos, mi corazón es mi
fuerza. Por eso a veces Ivy dice que soy una cabezahueca impulsiva, que no
tengo remedio. ¿Pero acaso no es impulsivo el fuego? Yo lo llevo ardiendo en el
corazón.
Me pongo de puntillas, alzo los brazos,
echo la cabeza hacia atrás. Cierro los ojos momentáneamente, noto cómo el agua
a mi alrededor está en tensión. Entonces, los abro, y bajo con fuerza el
báculo. El agua, a mi señal, se levanta. Giro sobre mi misma, el agua me sigue.
Hago que el báculo gire en mi mano, el agua se retuerce con él. Alzo los
brazos, el agua sube sin dejar de moverse en círculos. Invoco un segundo chorro
que se une y se entreteje con el primero. Después, un tercero. Luego, un
cuarto. Hasta que casi me encuentro encerrada en una jaula de hebras acuáticas.
Entonces, bajo el báculo, y las hebras bajan, para alzarme sobre ellas. Me empapo
entera, tiemblo hasta la médula de frío, pero no me detengo. Sigo haciendo que
el agua siga fluyendo y que el pilar en el que me sostengo siga creciendo.
Hasta que al fin puedo ver el resultado final: mi serpiente marina inclina la
cabeza hacia mí y soy capaz de trepar a su espalda desde la columna acuática
que me sostiene justo en medio de su serpenteante cuerpo.
Sin embargo, noto el flaquear de mis
piernas, me tiemblan, y no por el frío. He usado demasiada energía y sin apenas
gemas que me ayuden a dominar la enorme criatura que me he propuesto crear. No
llego a subirme completamente. La serpiente se deshace antes. Se deshilacha en
un montón de hebras acuáticas que no puedo mantener consistentes durante mucho
más. Antes de que pueda reaccionar, éstas estallan en millares de pequeñas
gotas cristalinas que se sostienen en el aire momentáneamente y, acto seguido,
caen de vuelta al lago al que pertenecen, y yo con ellas.
Me
zambullo en el agua helada durante unos instantes. Me mareo durante unos segundos,
me desoriento por la caída y mi falta de fuerzas, hasta que las runas de mis
manos y pies tiran de mí hacia afuera y al fin saco la cabeza. Respiro hondo
recuperando el aliento y miro hacia arriba, donde las gotas más ligeras siguen
suspendidas creando una pequeña lluvia y, ante mi sorpresa, un pequeño arcoiris
al incidir sobre ellas el que puede ser el último rayo de sol en lo que queda
del año. Sonrío sin poder evitarlo y, antes de quedarme helada, empiezo a nadar
hacia la orilla.
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