UNO: «Las hadas no existen y, si se empeñan en hacerlo, ignóralas.»
jueves, 31 de enero de 2013
Es una realidad que no me puedo estar quietita en un sitio sin que me empiecen a abordar ideas a cada cual más loca que la anterior. Bien, ésta se trata de una de ellas y, junto con el prólogo de "El sepulcro de hielo", está empezando a tomar forma. Ya puedo dejar de llamarlo "Proyecto Ensueño" para mis adentros, porque ya le he puesto hasta título.
Os presento el pequeño avance de lo que es el primer capítulo de "¡Ni en sueños! (An UNfairy tale)".
¿Qué os parece el carácter de la protagonista?
Mi
nombre completo es Alethia Emelia Karen de Phantasos y enterarme fue el primer
gran susto de mi vida. Por cierto, al primero que me llame así, le dejo sin
muelas. Después ya negociaremos los costes del dentista.
Al parecer fue idea de mi padre,
al que conocer lo que es conocer, realmente no conozco del todo. Recuerdo
demasiado poco de esa figura alta y, curiosamente, con tendencia a salir borrosa
en las pocas fotos que mi madre consiguió sacarle (casi preparándole
emboscadas). Mi madre aplaudió la idea, así que aquí me tenéis. Tengo tres
nombres y tan poco corrientes que no sé cómo es que les dejaron inscribirme en
el registro. Tengo una pequeña teoría que vuelve a implicar a mi padre y su
peculiar técnica de persuasión, que mala no es si ha conseguido a convencer a
la cabezota de mi madre y al señor que me metió en el sistema. Lo que más me
sorprende a día de hoy es que el sistema no diera problemas.
Sin embargo, para mi
infortunio, el nombre no fue el único “legado” que mi padre me dejó antes de
esfumarse de mi vida, detalle por el cuál a veces le guardo un poco de
resquemor. De hecho, no sabría decir si le guardo más resquemor por que se
fuera o por hacer que yo me sienta un bicho raro cada vez que alguien se da
cuenta de lo peculiar de mis rasgos.
El primero de ellos, para
empezar suave, son mis ojos azules. Sí, bueno, nada especial en apariencia. El
caso es que… tienen la curiosa manía de brillar cuando hay luna llena. La de
veces que he tenido que soportar bromitas de si es por ser hombre lobo o
vampiro. Idiotas, si ellos supieran…
El segundo fue que, cuando me
vino mi primer periodo, se me revolucionaron las hormonas y… mi pelo pasó de un
azabache precioso como el de mi madre a un tono berenjena oscuro y
desconcertante que, junto con los ojos, parece empeñarse en destacar sobre la
oscuridad. Sí, no necesito pinturas fluorescentes para que se fijen en mí si camino
de noche por la carretera, las tengo de serie.
Mi madre no pudo enamorarse de
otra persona, no. Tuvo que escoger a un… un… Bueno, al parecer es de linaje
noble y de lo que ellos llaman “el Reino Onírico”, el reino de los sueños, que,
hablando claro, es el mundo de las hadas. ¿A que ahora ya no tiene tan poco
sentido eso del pelo morado? Y, sí, mi padre es un… “hado”, lo que me convierte
a mí en algo muy raro. Medio hada, medio humana. Todavía estoy digiriendo ese
estado, así que no sé cómo llamarme a mí misma.
Pero, si ya pensáis que esto ya
raya el límite de la cordura, mejor no sigáis leyendo, porque todavía no os he
hablado de mis capacidades extrasensoriales (a veces, tremendamente molestas).
Pequeños flashes que no deberían
de suceder, unas alas ocultas bajo una chaqueta que nadie percibe, animales
antropomorfos que cogen el metro para ir a trabajar o extrañas mascotas
camufladas bajo la apariencia de un tierno terrier. Quizá el artista
callejero con sus marionetas en verdad esconde unos pies de fauno bajo el largo
abrigo. Puede que la profesora de literatura que tanta manía me tenía tuviera
algo más de ogro que el sentido figurado. Incluso me planteo una teoría
bastante consistente sobre la vecina agorafóbica del piso de arriba obsesionada
con los gatos. Actualmente, el mejor uso que le encuentro a esto es para
asegurarme de que estoy en contacto de hadas el menor tiempo posible. Cuanto
más lejos de sus problemas y sus royos de cortes, mejor para mi salud (tanto
mental, como física). Pero, es curioso, no siempre les tuve tanta “alergia”.
Cuando era pequeña tenía tantos
amigos imaginarios (o al menos el resto del mundo pensaba que sí lo eran) que
no tenía interés en hacerlos de carne y hueso. Era más divertido hablar con las
hadas, ¿verdad? Sí, yo pensaba lo mismo hasta que, bueno, algo me hizo cambiar
de opinión de forma radical. Pasé de aceptar mis ojos azules (el pelo morado
vino más tarde) a tratar de convencer a mi madre de que me dejara usar
cualquier tipo de lentillas. Años más tarde descubrí que ni las lentillas
cubrían el brillo, al igual que también averigüe por las malas que el morado de
mi pelo prevalece incluso con el más profundo de los tintes.
Pero, ¿qué puede ser tan traumático
para una niña como para decidir que no quiere mezclarse con hadas durante lo
que le queda de vida? Bien, ese fue el día en que descubrí el último de los
dones que heredé de mi padre y fue
cuando, sin querer, sin saber ni entender, me catapulté de forma imprevista al
Reino Onírico, del cual a día de hoy todavía no sé salir de forma voluntaria.
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